Mira el Prólogo de No te atrevas a dejarme, mi nueva novela


13 años atrás
No lo deseaba hacer, no quería, pero lo amaba. Él era de esos amores que se quieren con locura, de aquellos que desgarran el alma, inolvidables, únicos, excepcionales…
      Eso creía ella, por eso lo tenía que hacer, aunque aquello implicara humillarse.
      Mientras todos estaban en aquella fiesta nocturna en una de las lujosas casas de uno de sus compañeros de universidad, ella se encontraba en un cuarto sola, esperando que su novio llegara con aquello que le había dicho. No sabía qué hacer, los nervios, el miedo y la desesperación se la carcomían entera, no tenía ni la más mínima idea de cómo pudo haber llegado ahí, bueno sí, por amor, por aquel sentimiento hasta entonces desconocido para ella. El sonido de la puerta al abrirse la hace sobresaltarse, ahí está él, con sus hermosos ojos azules y sus finos rasgos que la volvían loca, el sueño de una joven de veinte años llena de ilusiones de amor.
      Él la miró detenidamente, empapándose de cada parte de aquel cuerpo delgado pero a la vez voluptuoso. Blanca era eso, el deseo vuelto mujer de cualquier joven con las hormonas a mil y deseoso de meter su miembro en un agujero que lo acogiera tal y como lo hacía el de ella. Al verla ahí no pudo evitar regalarle aquella mirada canalla, esa que sin él saberlo la volvía presa de sus deseos. Se acercó y decidió que mejor era tomarla un rato antes de compartirla, sí, eso debía hacer, más aún al verla prácticamente desnuda esperando tal cual le había ordenado. Blanca al notar sus intenciones le siguió el juego, lo amaba y no podía hacer otra cosa que no fuese entregarse a él una y otra vez hasta llegar al punto álgido de placer, y lo hizo, sus cuerpos empapados de sudor se entregaban con locura, fuertemente haciendo hasta traquetear la cama y que sus gemidos quedasen atrapados entre las cuatro paredes. Al terminar ese pasional encuentro se separaron.
     —Vístete, es hora de irnos —le susurro él.
       Desde la cama lo observaba como se vestía y sin más, luego salía de la habitación pidiéndole una vez más que se vistiera, que era hora de irse. Solo pudo suspirar y seguir su orden.
       En el camino a su destino, tenía que soportar el olor a tabaco, alguna hierba que aquellos canallas se habían fumado y el nauseabundo olor a alcohol mezclado con sudor. Su novio  sentado junto a ella en el asiento trasero le acariciaba una de sus piernas descubiertas a través de la mini falda de jeans mientras los otros dos chicos iban en la parte de adelante comentando todo tipo de perversidad que le asustaba aunque tratara de ocultarlo. Algo en ella no estaba bien, lo sabía, esa sensación de inconsciencia en la que estaba sumergida se lo decía.
       Al llegar al hotelucho en donde cumpliría la fantasía de su novio, quiso permanecer dentro del auto y no salir de ahí, pero el tirón que aquel le dio a su mano se lo impidió. Una vez en la habitación que pagaron no supo nada luego de una bebida que le dieron según el chico para tranquilizarla. Al despertar solo pudo mirar su cuerpo desnudo entre sábanas revueltas, bañado en sudor seco, sus piernas, pechos y vientre lleno de arañazos. Al levantarse hasta quedar sentada sintió como en su espalda la sábana sobre la que estaba recostada se despegaba de ella y percibía dolor, mucho dolor. Aquello la hizo aullar y retorcerse. Girándose con cuidado miró la sábana, lo que vio en ella la dejó de piedra, asustada. Manchas secas de sangre que intuía eran de su espalda estaban desperdigadas en ella. Llevándose una mano a la boca lloró. Miró sus piernas y de entre estás habían restos de humedad, fluidos masculinos y de ella misma. No lo podía creer, la habían burlado de la peor manera y dejado abandonada. Llamó sin sentido alguno a su novio pero este nunca respondió, ella lo hacía por inercia aunque muy en el fondo sabía que jamás aparecería.
       Levantándose de la cama fue hasta el baño, a cada paso que daba gemía de dolor mientras sus lágrimas bajaban a borbones de sus ojos llevándose con ello los pocos gramos de maquillaje que tenía de la noche. 
      Ante cada chorro de agua que le caía sobre su cuerpo mientras trataba de limpiar aquella suciedad que sentía, aguantándose el dolor de los golpes y arañazos, eran muchos más que brotaban de ella, pero de lágrimas.
      Sin que nadie la viera salió de aquel hotel, ni tan siquiera fue capaz de preguntar a la recepcionista por los jóvenes porque le daba vergüenza hacerlo.
       Desde aquella vez no supo absolutamente nada más de él, la dejó, vacía, sola y con un amor que se convirtió en odio, aunque bueno, ni el odio puede enmascarar el amor y si este es tan intenso como el que ella sentía en aquel instante, mucho menos, y eso lo supo en el momento en que años atrás se lo volvió a encontrar. Comprobó que el ser humano es masoquista por naturaleza, tanto en cuerpo como en mente, pero hubo algo que la ayudó al verlo, de aquella joven con ilusiones no quedaba nada, porque no creía en ellas, no creía ni en los sueños ni ilusiones, mucho menos en el amor, eso solamente se deja para las chicas rosas que quieren un final feliz, como su amiga Alba, pero ella no, porque no es así.
       Las mujeres a veces serán tontas, sí, porque hay que aceptarlo, tontas por creer en un cambió que muy bien sabemos no pasará, pero Blanca no le hizo caso a ese instinto de mujer, todo lo contrario de ello, se aprovechó del instinto de hombre, de aquel de ansias de lujuria, sexo y locura, de aquel que desea poseer sin importar lo que sienta la víctima. Hizo lo mismo, ahora era ella la que mandaba, la que dominaba, poseía y exigía, y la que sobre todas las cosas, se burlaba, tal cual lo hizo él.
       Mirando a aquel imbécil que la destruyó por completo como entre sueños gemía de dolor recostado en esa cama, se vistió, tomó sus cosas y lo observó. Una sonrisa de satisfacción llegó a ella. Al parecer sus años de práctica disfrutando sin entregar nada más que su cuerpo le funcionaron para ser fuerte en cada cosa que hizo. Abrió la puerta y antes de salir dijo más para ella que para él:
       —Ahora soy yo la que pide y exige, no ningún idiota como tú.
          Cerrando la puerta de un portazo y dejándolo en la misma habitación de aquel hotel se colocó sus gafas de sol y pisando fuerte abandonó el lugar porque ahora es ella la que deja, rechaza y exige porque nadie, jamás, se atreverá en su vida a dejarla, antes, lo hace ella. Tendrá que saber nuevamente lo que es el amor hacia un hombre para que se obligue a decirle: ¡No te atrevas a dejarme!

 ¡YA DE VENTA EN AMAZON! EN PAPEL Y DIGITAL





Comentarios